Al final de una noche de verano
llegamos pedaleando a Pontecorvo.
Nos bajamos deprisa y enseguida
nos asomamos a la barandilla
a observar la corriente que sonaba
y tras la oscuridad nos confundía.
Con los pies de puntillas, finalmente,
y la sangre agolpada en la sien,
sin dejarnos vencer, la descubrimos.
Perdida allá en el fondo, entre las sombras,
(apenas si alcanzaban nuestros ojos),
una figura blanca se acercaba y se iba.
Tú tan sólo decías
que era un pequeño cisne solitario.
Yo más bien apreciaba
un extraño reflejo de la luna.
Y así nos enfrascamos los dos solos
en la más detallada descripción
de lo que no veíamos.
Ya ha pasado el verano. Lo recuerdo
y a veces me detengo paseando
en aquel mismo punto del camino,
sobre aquel mismo puente y su baranda.
Colgadas como frutos en las ramas
de los verdes arbustos y los árboles,
aunque ya nunca las oiré de nuevo,
puedo leer al menos tus palabras.
Francisco del Moral Manzanares