Te apetecía un helado. Lo dijiste
con la sonrisa tuya tan de nadie
con que juegas a veces a mirarte
en mí desde hace tiempo. Es un efecto
tan extraño el que buscas, que me asombra
que lo consigas siempre sin esfuerzo.
Me acariciaste entonces la mejilla,
con el dedo curvado como un garfio,
del ojo sorprendido a la mandíbula.
Te tocaste los labios y añadiste:
«Stracciatella, fragola e nocciola».
Francisco del Moral Manzanares