Desde por la mañana me concentro
en una más que extraña
competición conmigo mismo.
Salgo de casa muy deprisa,
casi siempre sin tiempo y me dirijo
al centro por Via San Francesco.
Después bajo otra vez y todavía regreso
un par de veces más hasta la noche.
Tú me observas oculto en la ventana
de tu tranquila habitación, arriba,
en el último piso de tu casa,
y cada vez que paso vas marcando
una pequeña cruz
en una lista inmensa, interminable.
Al cabo de unos días me presentas
siempre el mismo papel
con todas esas marcas indelebles.
«¿Adónde vas así?» parece que preguntas,
aunque no dices nada.
(Yo apenas tendría fuerzas
para darte un «no sé» como respuesta).
Sé que callas por pura compasión.
Te delata ese rictus en los labios
que recuerda tu gótica ascendencia.
Francisco del Moral Manzanares