A veces no consigo adormecerme,
no consigo siquiera entornar estos párpados
como largos lamentos
que separan del mundo mi cansancio,
que separan del aire
ese escozor confuso que tengo por el día,
ese prurito intenso
que me llena los ojos de rubor y de fuego.
A veces no consigo
descansar del latido que brota de la sangre
y se instala de pronto
en cualquier escondido centímetro del cuerpo.
Y pienso en el café,
el último café de cada tarde,
como otro cuerpo único,
como otro cuerpo hermoso y demasiado grande
que me impidiera conciliar el sueño.
A veces me adivino diferente
en las formas confusas de los escaparates
que devuelven las luces al presente,
y que envuelven los días
del hálito agridulce que tiene la nostalgia
como el dolor constante del arrepentimiento.
A veces desconozco
la palidez difusa que me nace en el rostro,
las ojeras profundas
que entristecen un leve conato de sonrisa.
Lo atribuyo a las nubes,
al cielo encapotado y casi negro
como un ave magnífica,
un ave sigilosa de enorme envergadura
que desciende cubriéndome en su sombra.
Sin embargo hace meses
que no bebo más que agua
y el sol lo llena todo como nunca.
Francisco del Moral Manzanares