Ayer estaba convencido
de que no iba a escribir en mucho tiempo,
de que lo iba a dejar, como se deja
de respirar después de ochenta años.
Y ese por mucho tiempo quería decir,
obviamente, que nunca más
escribiría, que ya iba a abandonar
esta pasión inútil (con perdón) para siempre.
En realidad me abandonaba ella,
como es de suponer.
Y hoy sin embargo encuentro
otra vez en mis manos el bolígrafo,
como un perro excitado,
que busca ese contacto caliente con la página,
que busca ese consuelo asmático
del ardor que le nace entre las ingles,
ese hielo que apague
su desazón, sin importarle nada
la posibilidad de un embarazo.
No será el resultado
más que una noche de febril insomnio
debajo de las sábanas,
con otro cuerpo y otra mente extraños.
Más que una mancha hermosa,
que bien pudiera ser obra de arte
y da pena limpiar.
Quizás con la paciencia y con la suerte
que casi nunca tengo
pueda hacer de ese burdo desahogo
contra el papel
el germen de algo nuevo con vida independiente,
que acaso con los años
acabaré por no reconocer
(es decir, como si fuera exactamente un hijo),
o de ese borrón algo agraciado,
un cuadro original
que regalar a los vecinos
sin ofenderlos mucho.
Ahora que lo pienso,
hoy estoy otra vez ilusionado
y casi me parece un despropósito
abandonar esta pasión
inútil (con perdón) y que no fuera
por unos pocos días de descanso.
Sólo queda esperar
que ya no quiera abandonarme ella.
Francisco del Moral Manzanares