Mi pobre egocentrismo,
mi autoestima maltrecha y olvidada
por las buenas noticias,
necesitan una terapia fuerte
contra la depresión,
algún estimulante de renombre
y sin efectos secundarios, a ser posible,
no vaya a ser
que salgamos de Málaga y nos metamos
en Malagón.
Después de meditarlo he decidido
no volver a comprar más lotería.
“Es inútil” –me digo los domingos,
después de comprobar en el periódico
los resultados,
a pesar de la fe,
la inquebrantable fe de los pobres de espíritu,
la fe de hierro de los desesperados,
que me empuja una vez después de otra
a comprar el billete.
Mi pobre egocentrismo, desvencijado.
Tampoco sirve para nada hacerse
el despistado e ir hacia el teléfono,
(como si no lo vieras,
para que no se sienta controlado),
esperando por fin que suene un día
y que una voz te arranque
de esa dicha anoréxica de la que te convences
sin mucha persuasión,
la persuasión escurridiza de los enfermos graves,
la dúctil persuasión de los necesitados,
antes de que compruebe Telefónica
que no has pagado
y te corte la línea.
Mi maltrecha autoestima, desahuciada.
El último recurso del horóscopo
para todos aquellos que nacimos
con el otoño,
es mirarse al espejo sin las gafas,
para verse mejor (yo que los odio
ciegamente, yo que los odio tanto
de todo corazón),
para aprender a verse las arrugas,
las ojeras oscuras como lagos sin fondo,
las verrugas antiguas,
la alopecia invasora y silenciosa,
y repetir cien veces cada tarde
que tampoco están mal, al fin y al cabo.
Mi pobre egocentrismo desvencijado.
Mi maltrecha autoestima desahuciada.
Francisco del Moral Manzanares