Se me antoja impensable hasta final de año
esta monotonía insoportable
en que vivimos demasiado tiempo,
en que pasamos todas nuestras horas
como si fueran horas de los otros
y no nos importara malgastarlas.
Recuerdo con nostalgia a aquellos dos
que se besaban por la calle, a oscuras,
aprovechando sombras, madrugadas
o cualquier otra excusa que tuvieran a mano.
Y no me entiendas mal, son lo de menos
los besos, las caricias,
los espacios vacíos de la casa
que nos gustaba aprovechar entonces
para hacer el amor…
Lo que importa es las ganas de buscarlo,
de perseguirlo, de vencerlo todo
para llegar al otro y, de algún modo,
algo me muestra un arrepentimiento
de todo lo que tengo
cuando te veo sin querer mirarte
por miedo a descubrir lo que no quiero.
Se me antoja impensable hasta final de año
(ahora que acabamos de brindar por inercia
y hemos tomado todos puntualmente las uvas)
esta querencia por las cinco y cuarto
y por las zapatillas y el pijama en domingo,
aunque haga sol
y nos griten los árboles del parque
que nos echan de menos.
Quizá tengan razón los que nos dicen
que no somos inmunes a la gripe
a pesar de creernos vacunados
regularmente todos los otoños,
sin ir a la farmacia, ni pedir el volante
al médico de turno.
Somos más parecidos a los otros
de lo que nos creemos… Es aquella
volátil ilusión
de haber sido especiales desde siempre
lo que nos condiciona y nos condena
a no ser especiales
y a sufrir lo que sufren los demás
con las pequeñas cosas cada día.
Se me antoja imposible hasta diciembre
ese peso inherente del silencio,
de cuando nos miramos por costumbre
como los dos extremos del paréntesis
(curvados del esfuerzo y calentándonos
las manos ante dos platos de sopa).
Es como si se hubiera convertido
en materia el espíritu
y ahora nos transformara sin remedio
en místicos inversos de lo triste,
lo apegado a la tierra, lo inconstante
y lo perecedero.
Ya sé que no me tienes en cuenta lo que digo,
ya sé –aunque no lo dices-
que te cuesta escucharme como antes me escuchabas,
y sin embargo,
te he de decir hoy mismo aunque no quiero,
aunque preferiría
dejarte descansar en el pasado,
lo que uno de los dos ha de decir,
tan pronto como encuentre las palabras
y antes de que también a la amistad
comience a resultarle un poco tarde.
Francisco del Moral Manzanares