Si nadie se empeñara en educarnos
por nuestro propio bien, por regalarnos
un envidiable día de mañana,
a semejanza e imagen de los sueños
que no tuvimos y tuvieron otros.
Si nadie se empeñara en corregirnos
cuando sin propiedad nos expresamos,
cuando decimos demasiadas veces
lo que pensamos (lo que tantos piensan
y nadie dice porque no se puede).
Si nadie se empeñara en reprendernos
mientras hablamos con la boca llena,
nos comemos las uñas, eructamos,
o nos hurgamos la nariz
meticulosamente…
Si nadie se empeñara en describirnos
nuestro propio perfil, los parecidos
que nos anclan a los antepasados
o nos obligan a tener razones
que ni remotamente concebimos.
Si nadie se empeñara en elegirnos
(sin darnos la ocasión de equivocarnos)
las camisas, los juegos, los estudios,
los gustos, las destrezas, los defectos,
los secretos, los miedos y los vicios.
Si nadie se empeñara en destrozarnos
la vocación de no ganar dinero,
ni comprarnos el piso cuanto antes,
ni echar raíces, y no presentarnos
a las oposiciones.
Si nadie se empeñara, entonces puede
que fuera justo que al final de todo
(ese que algunos dicen el principio)
alguien se entretuviera en recordarnos
que no fuimos muy buenos con el prójimo.
Francisco del Moral Manzanares