El ciego se pregunta
-y no tendrá respuesta jamás como desea-
si es su ceguera la que tiende puentes,
suelta palomas y vence vendavales,
si es acaso el ojo huero de su cara
el único que mira y que comprende
las otras mil cegueras
y los brazos quebrados
y las lenguas marchitas
y los ángeles nuevos que no se atreven a volar.
En su corazón busca -quizás huero también-
el alma limpia y la canción remota
que acuna mientras duerme al enemigo.
El ciego busca y busca y se pregunta
qué debe a su ceguera
y qué a su corazón.
Quizás es ella quien bombea la sangre
y él -duro y estéril como una esponja de mármol-
quien nunca comprendió ni vio ni quiso.
Francisco del Moral Manzanares