El acto de querer es toda una osadía.
Uno le echa bemoles, como a todo,
respira hondo, guarda la apariencia,
intenta resistir las contracciones
del estómago, ese pulmón gigante,
y se pregunta tantas cosas.
El acto de querer es una valentía
que bien valdría una playa
cuajada de obeliscos hasta el cielo.
Hay que afilar las uñas y los dientes,
entrenar bien los músculos,
abrir bien y cerrar todos los labios
para estar prevenidos
-los labios, qué importantes,
las puertas del aliento más vecino-.
Y la piel, convocada
en todos sus centímetros
por el aire más viejo,
el que viene del otro
y no se queda nunca.
Y las manos abiertas,
y los ojos cerrados,
y el cerebro aturdido,
y el corazón cansado.
El acto de querer es una gallardía
llena de calles curvas
sin ruta ni salida de emergencia.
Aconsejan andar con gran cuidado,
mirándose a los pies,
para evitar pisar alguna trampa
o resbalar con algún desperdicio de comida.
También, estar atento
a las luces pequeñas y los olores próximos,
y abrir el pecho a todo lo que venga
y olvidar lo aprendido
y dejarse el carné en algún sitio,
ese carné de siempre que dice lo que eres
y casi nunca sirve para nada.
Francisco del Moral Manzanares