Lo mejor es callarse,
dormirse para siempre.
Que nada nos despierte,
ni el gallo, ni la aurora.
Dormirse tan despacio
que los ojos no acierten
a descubrir qué queda
entre el sueño y la sombra.
Descansar finalmente
sin flor en el estómago,
terremoto en la ingle
o avispas en las sienes.
En el último lecho,
que nos pongan un nido de palomas
y una corona verde
de tomillo y romero
para alegrar el curso
del último viaje.
Desmascarado el juego,
apeados de la luna,
entreguemos las armas
que de nada sirvieron,
brindemos por los otros
y comamos las fresas
que nos dan a la tierra
y endulzan la partida
de la última morada.
Francisco del Moral Manzanares