Estou hoje vencido, como se soubesse a verdade.
Fernando Pessoa
Como un vuelo de aves perdidas en el cielo
empezaba a escuchar el rumor de tu boca.
El fuego de la tarde prendía en la distancia
kilómetros de incienso hacia el cielo ascendente
del que brotaba hermosa y humeante la noche.
Tú ya me susurrabas, yo no te respondía.
Tu voz se acrecentaba como un ritmo frenético.
Pero, asustado y quieto, yo había de replicarte:
― “Susurra como antes,
dímelo sin palabras, para que yo lo escuche
más silenciosamente.
La luna vanidosa gira absorta en el cielo,
el viento cuenta historias soplando entre los árboles,
los grillos acompañan el cálido latido
de la tierra infinita, animal en reposo.
¿Crees que yo no presiento la verdad que esta noche
derramarán tus labios?
Presentir es hermoso,
incluso presintiendo verdades tan aciagas,
verdades tan oscuras como la de tu boca.
Verdad que se presiente es casi una mentira.
Mentira que se sabe es como una sospecha
infundada y remota, que enseguida se olvida.
Pero no hay un dolor más gris y más agudo
que el dolor afilado de una nueva certeza
como la que atesoras.
Ya sé que no la quieres,
Sé que me la regalas, sé que ha de pellizcarte
con sus dedos salvajes la piel y las entradas,
tu corazón, inmenso planeta abandonado,
y tu alma extendida sobre el amplio universo.
Pero sigue callándola, no la digas, murmura
a lo sumo su nombre, si el dolor no te deja.
Yo sigo rechazándolo, como otros tantos nombres
de tantas otras cosas de esta vida más quieta”.
Entonces me volviste la espalda como antaño
y de nuevo crecieron en ella las estrellas,
lunares luminosos de tu piel, que formaban
como siempre formaron, constelaciones viejas.
― “No puedo con más cruces que escuecen y no mueren,
no puedo con la llaga perpetua de mi sombra,
he de gritar al viento para sentirme libre
y deshacerme de esta tormenta abrasadora”.
Sobrevinieron nubes, los cielos se quebraron,
la luna atormentada rodando se escapó,
relámpagos de fuego incendiaron el aire
y truenos como pálpitos rugieron de dolor.
Yo no quise escucharlo, pero el eco recóndito,
desprevenido e inerme me encontró en su camino:
“El hombre es una burla,
una broma patética,
un mínimo segundo
en el tiempo ancestral,
una mota olvidada
antes de haber nacido,
y su vida, un espacio
vacío por llenar.
Es un mísero instante
un ayer simultáneo
a un mañana paupérrimo
que siempre ha de llegar.
Su única esperanza
es olvidar que existe,
y si existir olvida
más nada ha de esperar.
Y Dios es un minuto
perdido en este tiempo,
que al mínimo segundo
parece inmensidad.
Pero como él es frágil,
está cansado y llora,
cuando en su pensamiento
solo le queda el mar”.
Francisco del Moral Manzanares