Exhausto de la noche,
desaliñado y lóbrego,
vuelvo al camino viejo
que siempre caminara.
Hacia atrás, no recuerdo
los últimos arbustos.
Miro hacia el campo yerto,
que respira en silencio,
y es otro campo nuevo.
Y otra porción de cielo
y otros árboles tórridos
me rodean con sus brazos
invisibles de viento.
¿Por qué seguir? Pregunto
en el aire a las sombras.
¿Por qué llegar y adónde?
me pregunto a mí mismo.
¿Acaso no es más fácil
rellenar de recuerdos
una casa vacía
y vieja como el tiempo
que abrazar la esperanza
postrera de la noche,
desquebrajada y lánguida,
tiritando de frío,
moribunda y perdida?
Allá en la lejanía
se vislumbra un extenso
tornasol dormitando
como una bestia antigua.
Yo ya no tengo fuerzas.
Mis piernas quebradizas
apenas me sostienen
y la distancia enorme
parece engrandecer.
Quizás he de volver.
Francisco del Moral Manzanares