La casa está cerrada.
Las paredes son blancas y el destello
del verano amarillo
aguijona afilado las ventanas
y atraviesa
polvorientos cristales.
La piedra está sedienta de fresca primavera
(agua inquieta, súbitos chaparrones).
Llama el viento a la puerta,
se estremece la nada en las macetas
resecas del patio triste y ciego
y se acongoja el miedo
en el silencio de los rincones viejos.
El mediodía asfixiante
resuena desde lejos.
Aburrido en la mesa
de la cocina oscura
a un gran limón le escapa la hermosura.
Francisco del Moral Manzanares